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Lectura silenciosa

Lectura  silenciosa

Tú y Yo

 

¡Feliz momento aquel en que nos sentamos,
en el Palacio, Tú y Yo!
Con dos formas y dos semblantes, pero una sola persona
Tú y Yo.
Los colores y luces de la alameda
y la voz de los pájaros otorgan inmortalidad,
cuando penetramos en el jardín, Tú y Yo.

Las estrellas del cielo vendrán a mirarnos.
Les mostraremos la Luna y su luz, Tú y Yo.
Tú y Yo, liberados de nosotros mismos
estaremos unidos en el éxtasis
gozosos y sin palabras vanas, Tú y Yo.

Las aves del cielo, de plumaje brillante,
tendrán el corazón devorado de envidia.
En ese lugar donde reiremos tan alegremente,
Tú y Yo.

Pero la sublime maravilla consiste
en que Tú y Yo, agazapados en el mismo nido,
en ese momento nos encontraremos el uno
en el Irak y el otro en Jorasán, Tú y Yo

 

 

La Charca

Era la estación de las lluvias, pero ellas no aparecían. Los campos sufrían con la sequedad, la tierra se agrietaba, el ganado no encontraba pastos, los habitantes del pueblo invocaban a los espíritus benignos, pero el cielo seguía sin mostrar una sola nube.

Los afligidos campesinos reunidos en la plaza principal, junto con los ancianos que formaban el gobierno de la aldea, decidieron que iría una comitiva de ellos hacia otro pueblo distante donde habitaba un «hacedor de lluvias». Estaban dispuestos a traerlo a como diera lugar, procurando conmover su corazón con la miseria que veían venir sobre ellos a causa de la sequía.

Cuándo regresaron en feliz cumplimento de su misión, les dio la bienvenida una multitud entusiasta dispuesta a obedecer cualquier exigencia del «hacedor de lluvias». Este era un anciano de aspecto humilde y tranquilo. Sus peticiones fueron modestas: una choza para él solo, una ración diaria de arroz y de té, no ser molestado durante una semana, porque necesitaba absoluta soledad. Así se hizo.

Al término de la semana, llovía, y llovió sin parar por tres días. La tierra yerma absorbía con avidez la vida que le daba el agua, la gente bailaba por las calles con el rostro vuelto al cielo que por fin se había acordado de ellos. Cuando despejó y apareció el arco iris, el anciano salió de la choza. Todo el pueblo fue a darle las gracias, a ofrecer en retribución lo que él pidiera, y a preguntar cómo había hecho el milagro.

«Muy sencillo - respondió el anciano - este pueblo no estaba en armonía con el Tao y eso perturbó el ciclo acostumbrado de las cuatro estaciones. Bastaba que un solo hombre lo estuviera para que los demás se fueran armonizando y el orden natural de las cosas se restableciera.»


Historia Taoísta.

 

 

Una vez un hombre se lastimó una pierna. Tuvo que caminar con una muleta. Esta muleta le resultaba muy útil, tanto para caminar como para muchas otras cosas. Enseñó a toda su familia a usar muletas, transformándose pronto en un objeto utilizado en la vida diaria. Era parte de la ambición de todos el llegar a poseer una muleta. Algunas estaban hechas de marfil, otras adornadas con oro. Se abrieron escuelas para enseñar su uso; fueron creadas cátedras para ocuparse de los aspectos superiores de esta ciencia.

Unas pocas, muy pocas, personas empezaron a caminar sin muletas, Esto era considerado escandaloso, absurdo. Además existían tantos usos para las muletas. Algunos protestaron y fueron castigados. Trataron de demostrar que una muleta podía ser usada a veces, cuando fuese necesario, o que muchos de los usos que se le daban a las muletas podrían ser suministrados de otras formas. Pocos escucharon. Para vencer los prejuicios, algunas personas que podían caminar sin ellas comenzaron a actuar de una manera totalmente diferente a la establecida por la sociedad. No obstante, seguían siendo pocos.

Cuando se descubrió que, habiendo usado muletas durante tantas generaciones, pocas personas podían, de hecho, caminar sin ellas, la mayoría «demostró» que eran necesarias.

«Aquí - dijeron - tenemos un hombre. Traten de hacerlo caminar sin muletas. ¿Ven? No puede.»

«Pero nosotros estamos caminando sin muletas», les recordaron los que caminaban normalmente.

«Eso no es cierto, es una mera fantasía de ustedes», dijeron los tullidos, que para entonces también estaban volviéndose ciegos; ciegos porque se rehusaban a ver.

Historia Sufí.

 

El Sultán que se convirtió en un Desterrado



Se cuenta que un Sultán de Egipto convocó a un consejo de eruditos, y muy pronto - como suele suceder - surgió una disputa. El tema fue la Travesía Nocturna del Profeta Mahoma. Se dice que en esa ocasión el Profeta fue llevado de su lecho hasta las esferas celestes. Durante ese período vio el Paraíso y el Infierno, conferenció con Dios noventa mil veces, tuvo muchas otras experiencias, y fue devuelto a su habitación mientras su lecho estaba aún tibio. Una vasija de agua, que había sido volcada y derramada a causa del vuelo, aún no había terminado de vaciarse cuando el Profeta retornó.

Algunos sostenían que esto era posible gracias a una manera diferente de medir el tiempo. El Sultán sostenía que eso era imposible.

Los sabios dijeron que todas las cosas eran posibles para el poder divino, pero esto no satisfizo al rey.

Las noticias de este conflicto llegaron finalmente al sheikh Sufi Shahabudin, quien inmediatamente se presentó ante la Corte. El Sultán mostró la debida humildad hacia el maestro, quien dijo: «Propongo proceder en seguida a mi demostración, pues sepan ya que ambas interpretaciones del problema son incorrectas, y que hay elementos verificables que pueden explicar las tradiciones, sin necesidad de recurrir a crudas especulaciones o a insípidas y desaprensivas « racionalizaciones».

Había cuatro ventanas en el salón de audiencias. El sheikh ordenó que se abriera una de ellas. El Sultán miró hacia afuera. En una montaña a lo lejos vio un interminable ejército invasor, marchando hacia el castillo. Quedó terriblemente asustado.

«Ruego que lo olvidéis, pues no es nada», dijo el sheikh.

Cerró la ventana y la abrió nuevamente. Esta vez no se veía un alma a través de ella.

Cuando abrió otra de las ventanas, la ciudad estaba siendo consumida por las llamas. El Sultán gritó alarmado.

«No os alarméis, Sultán, pues no es nada», dijo el sheikh.

Cuando hubo cerrado y abierto nuevamente la ventana, no se veía fuego alguno.

La apertura de la tercera ventana reveló una inundación que se aproximaba al palacio.

Luego, nuevamente, no se veía tal inundación.

Cuando la cuarta ventana fue abierta, en lugar del acostumbrado desierto, surgió un jardín del paraíso, y después, al cerrar la ventana, la escena se esfumó como anteriormente.

Luego el sheikh ordenó que se trajese una vasija de agua y que el Sultán pusiera su cabeza dentro de ella por un momento. Tan pronto como hubo hecho esto, el Sultán se encontró solo en una playa desierta, un lugar desconocido para él.

En un arrebato de ira, ante este hechizo mágico, juró vengarse del alevoso sheikh.

Pronto encontró unos leñadores que le preguntaron quién era. Imposibilitado de explicar su verdadera condición, les dijo que era un náufrago. Le dieron algunas ropas, y se encaminó hacia una ciudad, donde un herrero, viéndolo vagar a la ventura, le preguntó quién era. «Un mercader náufrago, ahora sin recursos, pendiente de la caridad de leñadores», contestó el Sultán.

El hombre le contó algo acerca de una costumbre de ese país. Todos los forasteros podían pedir en matrimonio a la primera mujer que abandonara la casa de baños y ella tendría que aceptar. Fue a los baños y vió salir a una hermosa dama, Le preguntó si estaba ya casada, y como lo estaba, tuvo que preguntarle a la siguiente, que era fea, y luego a la siguiente, también casada. La cuarta era realmente bella. Ella dijo que no estaba casada, pero lo apartó, ofendida por su miserable aspecto.

Repentinamente un hombre estuvo frente a él y dijo: «He sido enviado aquí para buscar a un hombre harapiento. Por favor, sígueme».

El Sultán siguió al sirviente y fue llevado a una magnífica casa, en una de cuyas suntuosas habitaciones estuvo sentado durante horas. Al fin cuatro damas hermosas y magníficamente ataviadas aparecieron precediendo a una quinta que era aun más hermosa. El Sultán reconoció en ella a la última mujer a la cual se había aproximado en la casa de baños.

Ella le dio la bienvenida y le explicó que la prisa por regresar a su casa se debía a los preparativos para su llegada, y que su arrogancia era sólo una de las costumbres del país, practicada por todas las mujeres en la calle.

Luego siguió una magnífica comida. Trajeron espléndidas vestimentas que fueron obsequiadas al Sultán, mientras se ejecutaba una delicada música.

El Sultán vivió siete años con su nueva mujer, hasta que despilfarraron todo el patrimonio de ella. Entonces la mujer le dijo que ahora él debía proveer para ella y sus siete hijos.

Recordando a su primer amigo en la ciudad, el Sultán volvió al herrero en busca de consejo. Puesto que el Sultán no tenía oficio ni negocio, le aconsejó ir a la plaza del mercado y ofrecerse como mozo de carga.

En un día ganó, transportando una enorme carga, sólo una décima parte del dinero necesario para el alimento diario de su familia.

Al día siguiente el Sultán se dirigió nuevamente hacia la playa, donde encontró el lugar exacto del que había emergido hacía siete años. Dispuesto a decir sus oraciones, comenzó a lavarse en el agua, cuando repentina y dramáticamente se encontró nuevamente en el palacio, con la vasija de agua, el sheikh y sus cortesanos.

« i Siete años de exilio, hombre perverso ! », rugió el Sultán. «¡ Siete años, una familia y haber tenido que ser mozo de carga ! ¿No temes a Dios, el Todopoderoso, por esta acción?».

«Pero hace sólo un instante que has puesto la cabeza en esta agua», dijo el maestro Sufi.

Sus cortesanos confirmaron esta declaración.

El Sultán no pudo convencerse de esto, y comenzó a. dar las órdenes para decapitar al sheikh.

Percibiendo mediante su sentido interior que esto iba a ocurrir, el sheikh puso en práctica la capacidad llamada Ilm el-Ghaibat: la Ciencia de la Ausencia. Esto hizo que instantánea y corporalmente se transportara a Damasco a muchos días de distancia.

Desde allí escribió una carta al rey:

«Siete años pasaron para tí, como ya habrás descubierto, mientras permaneció por un instante tu cabeza
en el agua. Esto sucede mediante el ejercicio de ciertas facultades, y no tiene especial significado excepto como ilustración de lo que puede suceder. ¿Acaso en la tradición no estaba el lecho tibio, no estaba la jarra a medio vaciar?

El elemento importante no es que algo haya sucedido o no. Es posible que todo suceda. Sin embargo, lo importante es el significado del suceso. En tu caso no hubo significado alguno. En el caso del Profeta, sí lo hubo»

Historia sufi

 

La Historia del Hombre que vendió su Alma



Por las calles de una gran ciudad, un viajero se dio de manos a boca con un hombre cuyo rostro expresaba un gran dolor, que él no podía descifrar. El viajero, curioso explorador del alma humana, le detuvo y le habló así: "Amigo, ¿qué tristeza es esa que va usted mostrando a los hombres tan inmensa, que no puede ocultarse, y tan profunda, que no puede nadie sondear?"

Entonces el hombre aquel respondió así: “No soy yo el que está triste, sino mi alma, de la que no puedo librarme. Y mi alma es más triste que la muerte; por eso la odio y por eso ella me odia a mí." El viajero le dijo: "Si me vende usted su alma, se verá libre de ella. " "Amigo - respondió el otro -, ¿cómo voy a venderle mi alma?" "Muy fácilmente - le contestó el viajero - no tiene usted más que condescender y vendérmela en su justo precio, y en el mismo momento ella se vendrá conmigo a mi mandato. Pero cada alma tiene su verdadero precio, y sólo en ese precio puede venderse, ni por más ni por menos."

A ésto replicó el otro: "¿A qué precio puedo vender mi alma, esta cosa tan despreciable?" El viajero respondió: "Cuando un hombre vende por primera vez su alma se parece al traidor Judas; el precio no debe, pues, pasar de treinta dineros. Pero luego, cuando el alma ha ido pasando de mano en mano, su valor disminuye, pues el alma de un semejante es de poco valor para los demás."

Y de esta manera vendió aquel hombre su alma por treinta dineros. Y el viajero la cogió y siguió adelante con ella. Pronto empezó a ver el hombre que sin alma no podía ya cometer ningún pecado. Por más que le tendía los brazos, el Pecado no quería nada con aquel hombre. “No tiene alma - decía el Pecado, y pasaba de largo - ¿Para qué detenerme en tí? De un hombre sin alma no puedo esperar la mínima ganancia." Y el hombre que no tenía alma vivía así muy triste. Tocaban sus manos el fango, pero no se manchaban; ardía su corazón en la concupiscencia, y siempre estaba limpio; y aunque se le abrasaban los labios en un ansia de fuego, permanecían, sin embargo, fríos.

Y volvió a nacer en su corazón el deseo de recuperar su alma perdida. Y se echó a andar por el mundo en busca del viajero que se la había comprado, con objeto de comprársela a su vez y de que su cuerpo pudiese gozar de nuevo del Pecado. Pasado mucho tiempo, lo encontró al fin. Y el viajero no pudo contener la risa al escucharle. "Al poco tiempo me cansé de tu alma y se la vendí a un judío en menos dinero del que te la compré", le dijo. "¡ Qué lástima ! - murmuró el hombre - si me lo hubieras dicho, yo te hubiese dado más por ella." El viajero respondió: “No lo hubieras podido hacer, un alma no puede comprarse y venderse más que en su justo precio. La tuya perdió bastante entre mis manos. Para venderla tuve que pedir menos de lo que te había pagado." Y el hombre se separó del comprador y caminó por toda la tierra en pos de su alma perdida.

Y un día, que estaba sentado en una tienda de cierta ciudad, pasó una mujer a su lado, le miró y le dijo: "Amigo, ¿por qué estás tan triste? Yo creo que no existe motivo para tanta tristeza." Y el hombre replicó: "Estoy triste porque no tengo alma, y voy en su busca." Y la mujer habló así: "Hace muy poco compré una noche un alma que había recorrido muchas manos, y que me vendieron por una cantidad irrisoria; pero es una cosa tan despreciable, que me desprendería de ella de muy buena gana. Ahora bien, la he comprado por una canción, y ya sabes que un alma sólo puede venderse en su debido precio. ¿Cómo voy a venderla, si vale menos que una canción? Y eso que no fue más que por una canción frívola, que le canté por un vaso de vino al hombre que me la vendió."

Al oir esto, el hombre exclamó: " ¡ Esa es mi alma ! Véndemela y te daré por ella todo lo que tengo." La mujer dijo entonces: “No la he pagado más que con una canción, y sólo puedo venderla en lo que vale. Grita, gime y anhela estar libre. ¿Cómo le daré la libertad?". El hombre sin alma inclinó la cabeza sobre el pecho de la mujer y oyó cómo el alma allí cautiva lloraba por verse libre y volver al cuerpo que había abandonado.

"Ahora sí que estoy seguro - dijo él - de que es mi propia alma. Si me la vendes, te daré mi cuerpo, que vale menos que una canción de tus labios." Y ella, a cambio del cuerpo, le entregó el alma, que lloraba por verse libre y volver a su propia mansión. Pero apenas la sintió dentro, se irguió aterrado, exclamando: "¿Qué has hecho? ¿Qué inmunda cosa es ésta que ha tomado posesión de mí? El alma que me has dado no es mi alma."

La mujer dijo entonces, riendo: "Tu alma, antes de que tú la entregases al cautiverio, era un alma libre en
un cuerpo libre. ¿No la reconoces ya porque viene del mercado de esclavos? Mira qué gran amor siente tu alma, que te reconoce y vuelve a ti porque tú has vendido tu cuerpo a la esclavitud. " Y así fue como el hombre que había vendido su alma por treinta dineros la volvió a recuperar al precio de su cuerpo.


Oscar Wilde

Lésbico

Me descubro mujer entre
tus dedos
cargados de dulces conjuros
que delinean mi cuerpo.

Mis orillas
desprenden vientos
que tu mar devora.

Tu cuerpo transpira y
llueven sales
sobre mis labios

Yo te devuelvo frutos de mar
en las secretas horas
que enmarcan tus gemidos.
 

MUJER

Sueño con un lugar entre tus pechos  

para construir mi casa como un refugio

donde siembro

en tu cuerpo

una cosecha infinita

donde la roca más común

es piedra de la Luna y ópalo ébano

que da leche a todos mis deseos

y tu noche cae sobre mí

como una lluvia que nutre.

 

 

QUIEN DIJO QUE ERA SIMPLE

Tiene tantas raíces el árbol de la rabia

que a veces las ramas se quiebran

antes de dar frutos.

Sentadas en Nedicks

las mujeres se reúnen antes de marchar

hablando de las problemáticas muchachas

que contratan para quedar libres.

Un empleado casi blanco posterga

a un hermano que espera para atenderlas primero

y las damas no advierten ni rechazan

los placeres más sutiles de su esclavitud.

Pero yo que estoy limitada por mi espejo

además de por mi cama

veo causas en el color

además de en el sexo

y me siento aquí preguntándome

cuál de mis yo sobrevivirá

a todas estas liberaciones.

 

 

 

 

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